Los dioses lo temieron desde el principio. En el Völuspá, el poema más antiguo de la Edda, ya se anunciaba: “El lobo correrá libre. La luna devorará. El mundo arderá.”
Fenrir nació con el estigma de la destrucción. No por odio. Por destino. Lo encadenaron con Gleipnir, una cuerda hecha con el sonido de un gato, la barba de una mujer y el aliento de un pez… cosas imposibles. Y aún así, prometieron que se rompería.
Este colgante es símbolo de lo inevitable: la fuerza que nadie controla. La furia justa. La venganza fría. El fuego que llevas dentro cuando decides dejar de callar, de obedecer, de fingir que no duele.